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por Ricardo Viscardi

Aún no se habían aquietado las ondas hertzianas que levantara Empetrolulado (“lula”: calamar en portugués) en la última actualización de este blog (15/02/09), cuando ya los efectos ecológicos de la catástrofe regional desatada por Botnia se hacían sentir sobre la sufrida materia gris uruguaya[1]. Un pre-candidato frenteamplista ha declarado, antes de ser candidato siquiera, que cuando sea presidente quiere ser como Lula (http://www.larepublica.com.uy/politica/353776-mujica-definio-a-lula-como-un-posible-modelo-a-seguir).

El presidente del Brasil ya es grande, como lo manifestara proféticamente Empetrolulado, por su investidura incluso, en tanto el himno lo exalta del propio país que preside “Grande pela sua natureza”. Veamos: cuando sea grande, en tanto un presidente es grande, Mujica quiere ser como Lula, quien representa la grandeza posible de la izquierda en Brasil, que ya es grande de por sí, aunque como lo expresa su himno patrio, no por una grandeza apenas interior, sino como es grande un grandote, por la mera “natureza”.

Se adivinará que tras tantas exhortaciones a “olvidar Maracaná”, en particular por parte de quienes intentaban modernizar la modernidad uruguaya, ahora la apuesta no puede ser post-moderna, sino post-uruguaya: no olvidar Maracaná, sino convertir aquel sentido en su contrario: Brasil se consagraría en el Centenario.

Maracaná fue una epopeya subjetiva y como tal, un relato mítico uruguayo, nunca nadie creyó que les ganáramos porque jugábamos mejor. Salvo quizás los propios brasileños, como me lo confesara personalmente de sobremesa (es un testimonio de parte) un comensal carioca que asistió, muy joven aún, a la final. Esa única vez oí sorprendido, destacar ante todo que la selección uruguaya era buena futbolísticamente. Recordemos el relato uruguayo y oiremos siempre una victoria subjetiva: antes del partido el “mono” Gambetta se duerme en la bañera, displicente y desentendido de la magnitud inminente, durante el partido Obdulio dice “los de afuera son de palo” y se pone la pelota bajo el brazo para enfriar el gol de Friazza. La selección uruguaya era buena futbolísticamente, nadie lo negó nunca, pero la clave de la victoria en el relato de la hazaña no está en el manejo de la pelota, sino en la templanza moral. De ahí precisamente proviene su condición mitológica (el mito es de fundación, de socialización y de emotividad, por igual), funda la identidad uruguaya en una superioridad subjetiva que se sobrepone al gigantismo meramente corpóreo.

Ese relato uruguayo es eminentemente moderno porque parte, como lo subrayara en un planteo cardinal Foucault, de la contraposición “en doblete” (o sea en su unidad) de lo empírico (la cosa) y lo trascendental (el pensar)[2], pero además, es eminentemente moderno porque subordina lo empírico (la magnitud física) a lo trascendental (la magnitud subjetiva). La declaración de Mujica que propone tomar al gobierno Lula por modelo significa un derrumbe interno, por partida doble, de la subjetividad moderna ante un modelo atado en su propio himno nacional al tamaño, pero además, de la subjetividad uruguaya, cuyo modelo de patria siempre recurre a insignias subjetivas, como el arrojo de Sarandi: “carabina a la espalda y sable en mano”.

Sin duda el derrumbe ideológico que representa Mujica trasciende en mucho su precandidatura presidencial y encuentra, en su inmediatismo mediático, tan sólo la corrupción más patente de la modernidad posible en tiempos de globalización. El cadáver político politológicamente maquillado de la modernidad uruguaya manifiesta, rigor mortis mediante, que hemos llegado a un límite que se puede trazar, a la Rembrandt en La clase de anatomía. Valdría la pena recordar el sentimiento de patria que animaba los impulsos tupamaros en su momento:

La patria te dijeron
Y te dijeron mal
La patria compañero
La vamos a encontrar

La alambraron los ecos
De Lecor y de Alvear
Y los que traicionaron
A Artigas además

La canción de Numa Moraes ya planteaba la dificultad patria que el espíritu tiene para darse un cuerpo que puede esquivarlo o rehuirlo, como ha sido siempre el caso de la comunidad oriental (del Uruguay), jaqueada entre colosos y sometida al juego de las potencias oceánicas de turno, en razón de su posición estratégica en la salida oceánica de la cuenca del Plata (4.000.000 de kilómetros cuadrados). Sobreponiéndose al tamaño como en la hazaña de Maracaná, esas dificultades de in-corporación del espíritu moderno difícilmente quedarán simplemente relegadas al test de probabilidades de los encuestadores. Este concepto de patria se ha vuelto tan esquivo para la comunidad de este país (un país sin patria es una comarca), que el propio Gavazzo ha reivindicado de su pasado la defensa de la patria (http://www.larepublica.com.uy/politica/354427-la-carta-de-gavazzo-a-mujica).

Tal defensa adquiere lugar público a propósito de la propuesta de Mujica de “conmutación de la pena a quienes aporten datos”, pero sería un error creer que se trata de una mera bravata de cobarde torturador. Porque Gavazzo no ha respondido jamás políticamente a la impugnación de un familiar lesionado en un ser querido, como no sea por insultos indirectos y genéricos a la militancia y al compromiso izquierdista. Tales insultos abrevan en la imagen de una risa despreciativa de quienes lo impugnan jurídicamente, que ensaya ante cada reportaje fotográfico a la entrada de un juzgado. No puede sin embargo transformar el insulto callado en argumento político porque no hay razones de Estado conmensurables con el dolor personal, la pérdida del ser amado, la lesión al sentimiento propio de un particular. Pero sí existen razones de Estado contra razones de Estado. Leviatán no distingue entre lobos buenos y malos, la política de Estado tampoco.

Mal que le pese a Mujica contra su voluntad -y a Fernández Huidobro que ensaya ad-hoc del mismo asunto una interpretación idiosincrática de la actitud militar (http://www.larepublica.com.uy/politica/354415-se-van-a-morir-estan-presos-y-no-hablan) -ante el suceso de la carta de Gavazzo, su carta abierta a Mujica responde a una interpelación que éste le dirige en tanto miembro de la comunidad siniestra de los violadores de derechos humanos. Ahora, si la propuesta de Mujica tuviera andamiento ¿dejaríamos fuera de las declaraciones admitidas a Gavazzo? Sin duda que no, sin que cayera por lo mismo la propuesta en su conjunto y por principio, integridad de planteo que da lugar político a la carta de respuesta del exmilitar.

El desliz que cometió el pre-candidato pro-lulístico no es por consiguiente colateral ni ajeno al “modelo” que postula por inclinación presidencial. Tal “modelo” se ha destacado particularmente por ignorar, en aras de las más prosaicas “razones de Estado”, la cuestión de las violaciones de los derechos humanos en el Brasil (http://www.larepublica.com.uy/politica/350912-jango-era-un-subversivo-para-la-dictadura-uruguaya). La propuesta que puso el centro en la cabeza de Gavazzo con todo el arco libre enfrente, surge ante la necesidad de “encontrar una solución al problema”, es decir, colocar la cuestión de la violación de los derechos humanos en una perspectiva de gobierno, como si tal mirada supérstite pudiera zanjar el duelo y la reparación. Una razón de Estado esgrimida por un político profesional, que se proyecta además a la “primera magistratura”, procura resolver desde el Estado un problema de particulares. Luego, tal actitud que no puede ser considerada “modelo” ejemplar desde el punto de vista de las subjetividades individuales, anima sin embargo al “modelo” programático al que dice adherir Mujica.

Quienes experimenten el consabido horrori vacui ante una eventual desaparición de la alfombra de Estado sobre la que creen erguirse en la permanencia, pueden dormir tranquilos: ya vuelan sobre una alfombra mágica puesta en órbita por el sistema de medios. Para comprobarlo no tienen más que preguntarse con qué base ideológica o partidaria (en el sentido propiamente programático) se ha izado Mujica en los índices de opinión. Ante esa levitación a botón de pantalla televisiva, la labilidad non-stop de las reivindicaciones extra-gubernamentales (por ejemplo la de familiares de desaparecidos) promete la tierra firme del cotejo de partes y particulares en razón de sus anclajes singulares.

La putrefacción de la entidad moral (ejemplar) en la entidad corpórea (programática) es una característica de la declinación de la modernidad a la que asistimos. Uno de sus rasgos principales es la desarticulación de la “forma Estado” como artefacto homologador de derechos y deberes[3]. Esta desarticulación se expresa en la caducidad ya no de la pretensión punitiva del Estado, que podrá seguir existiendo por vía administrativa, sino de la pretensión articuladora del Estado, como principio de las soluciones propicias para la integración comunitaria. A esa índole de soluciones apunta Mujica en su desvarío infortunadamente restaurador de una integración batllista que no volverá. De ahí sus ademanes que nadie confundiría, como le place según sus propias declaraciones, con los de un universitario -a excepción de Daniel Martínez a quien elogia como universitario porque «ni lo parece», pero que nos ponen, no por lo tosco (http://www.larepublica.com.uy/politica/353778-pepe-es-un-conductor-politico), sino por lo obsoleto, a la merced de resurrecciones políticas como la de Gavazzo.

Estas se multiplicarán en cuanto el “modelo Lula”, que desatara en el propio Brasil desastres ecológicos de la moral pública en aras de “razones de Estado”, derrumbe lo propio de nosotros mismos en el trasfondo de la identidad. Aquella entidad moral que fue ante todo el Uruguay, propicia pese a su declinación la búsqueda de conducción en la glocalización que nos toca ahora, base incluso del equilibrio y la integración regional (la brasileña incluida). Se trataría de una patria de derrotero.

La patria compañero
La vamos a encontrar
La vamos a encontrar
Por más que se nos vuelva
Aguja en un pajar

Encontrar una aguja artiguista se hará aún más difícil si además se la tiñe de “verde amarelho”.

[1] Lejos de forzar la expresión, nuestro propósito recoge el concepto de « ecología gris » en Virilio. Ver Virilio, P. (1997) Cibermundo, Dolmen, Santiago, p.59.
[2] Foucault, M. (1966) Les mots et les choses, Gallimard, Paris, p.329.
[3] Marramao, G. (2006) Pasaje a Occidente, Katz, Buenos Aires, pp.146-147.