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por Gustavo Pablo Budiño Dorrego

La crisis económica mundial, refleja un destino incierto y la búsqueda constante de Políticas Públicas que impulsen medidas tendientes a mejorar la situación crítica de los países mas perjudicados.
En ese marco, es importante justipreciar, la voluntad, el compromiso y la responsabilidad, que existe al momento de impulsar la formación de una conciencia ética universal; pues los reclamos de los países en desarrollo son, la igualdad, equidad, dignidad y garantías de sus derechos y solidaridad entre la especie, superlativos referenciales de la ética general.

La preocupación socioeconómica y política, se inclina por lograr consensos y sostener acuerdos en las relaciones internacionales, dejando de lado, en muchos casos, la conciencia moral, pilar fundamental del movimiento y desarrollo social.

Las naciones, están distantes de iluminar caminos con cualidades éticas, pues la reflexión entre el dilema de lo teórico y lo práctico y los conflictos de poder, agudizan y destruyen tales aspiraciones.
Los pactos, convenciones, congresos, declaraciones de principios, entre otros, como instrumentos del Derecho Universal, suponen acuerdos pragmáticos, que de alguna forma, imponen mínimos principios filosóficos y éticos de obligatoriedad universal, pero la pluralidad de concepciones, los efectos del Poder y los focos de corrupción, tornan de imposible cumplimiento las normas que regulan las relaciones internacionales.

El motivo es que no se identifican claramente los problemas, para poder tomar conciencia de su gravedad, lo que supone que en los próximos años el desarrollo sociopolítico, no estará acorde con los reclamos de ética pública, de toda la comunidad.

Por lo general, en la sociedad conflictiva, abundan los prejuicios y las prácticas intolerantes, y cuando se intenta debatir sobre la ética pública, todos piensan o consideran, los comportamientos de los políticos, en la corrupción, los fraudes bancarios o las manipulaciones de los medios de comunicación, pero hay otras brechas más profundas y elementales que condicionan la salud moral de una sociedad, y es la aceptación dinámica , en la llamada cultura nacional, de principios éticos básicos, como el de la igualdad, fundamental de todos los seres humanos, respetando los valores y los objetivos comunes, pues existe la solidaridad y debe ser aplicada entre los miembros de nuestra comunidad.
Para afrontar los retos futuros, debemos ocuparnos de la educación moral, para bienestar de las siguientes generaciones, pues la ética tradicional está siendo cuestionada, ante el avance de los conflictos políticos y sociales, la ciencia casi sin límites, sumado al crecimiento de estructuras de alto riesgo, hacen lucir como inadecuados los criterios morales y cuestionables sus fundamentos.

No podemos permanecer inmutables ante la reacción de los ciudadanos indignados ante la corrupción del gobierno de turno, ni con las protestas contra alguna parte de una procuración de justicia incapaz de dar solución satisfactoria a los reclamos de la sociedad ante la inseguridad reinante…

Ante ello, debemos proponer un proyecto realista, comprable, que comience a elaborar una ética universal , construida a través de consensos y convergencias, alejada de pretensiones absolutas e históricas, que surja del diálogo, con preocupaciones comunes; con más cátedras de Etica en las universidades o grupos de estudio en los parlamentos, para que los sistemas democráticos contemplen cada vez más, las verdaderas necesidades del pueblo.

Necesitamos un cambio de naturaleza moral, una nueva manera de comprender y organizar las estructuras sociales, reformando el Estado hacia el bien colectivo, buscando permanentes consensos que transformen en legítimas las relaciones entre los gobernantes y gobernados, garantizando las acciones públicas dirigidas a lograr el equilibrio y el bien común.

Construir una ética pública en el presente no será tarea fácil ni rápida. Subsisten y subsistirán culturas éticas muy diversas: cada una tiene su propia definición de bien público y muchas alimentan intolerancias e incomprensiones. La tarea corresponde a un amplio elenco de actores: al propio gobierno a quien corresponde definir, sobre todo con sus comportamientos, las reglas de juego de una auténtica democracia; los partidos políticos que debieran reelaborar los componentes éticos de sus idearios, encarnándolos en la realidad del país; los líderes religiosos y sociales a quienes compete cotejar las nuevas propuestas de moral pública con la vivencias y credos de sus feligresías; y los investigadores especializados en filosofía política y filosofía moral de quienes se espera crítica, fundamentación y sistematización de este esfuerzo colectivo. Todos debieran converger en un debate abierto del que vayan brotando los planteamientos de la nueva ética pública que necesitamos, en pos de mejorar la calidad de vida.