Teódulo López Meléndez

La creación de una nueva realidad se le asemeja a los venezolanos a una especie de misión irrealizable para la cual se alega carecer de fuerzas. La palabra solución parece haberse escapado como un errante cuerpo celeste no sometido a gravitación alguna. Ya pensar en las salidas posibles se le antoja una característica baldía de su antepasado de tiempos históricos terminados. Ya podemos llamar a este tiempo en el que estamos uno entre paréntesis.

Hoy mira la realidad con cansancio y el pesimismo se establece como un pesado herraje que impide el poder transformador de la voluntad. El nuevo paradigma capaz de despertarlo no se asoma o lo hace impotente para sacarlo de las tragedias históricas que lo sumieron en el letargo o es manoseado y escondido debajo de la alfombra por los representantes de un pasado que no volverá.

Es una particular ataraxía que sustituye con  imperturbabilidad la condición alerta. Nos preguntarnos porque el venezolano ha abandonado el papel de descifrador. La insatisfacción con lo existente parece haber perdido su capacidad de motorizar el viaje hacia fuera del presente ominoso. El venezolano ha perdido la fuerza para imponer la sumisión de la realidad al orden simbólico. Esto es, ha dejado de interrogarse.

Este espacio atascado entre dos símbolos que uno sólo es y se llama paréntesis congela y desarticula, se va constituyendo en una especie de limbo donde sólo cabría esperar una decisión superior que determinara de una vez por todas la duración del castigo previo al ascenso a nuevas instancias.

Los dos extremos del paréntesis mantienen encerrada a una república mientras algunos alegan que el símbolo que cierra a la derecha se romperá el 26 de septiembre en un aluvión de maná. Desde el lado del poder se mira con complacencia el tiempo escondido en el paréntesis mientras afuera desata una catarata de hechos y desgarramientos aprovechando el tiempo del paréntesis.

La inacción caracteriza al tiempo del paréntesis. Se conoce por la teología cristiana que el tiempo del paréntesis termina, que es apenas un pasaje, pero la concepción del tiempo es curva como el enrollamiento de una serpiente sobre sí misma que busca la cola para mordérsela como un relato bien escrito con las técnicas literarias apropiadas. Se insiste en el lado derecho del paréntesis y se arguye que tiene fecha, que basta la paciencia para salir del tiempo del paréntesis.

En el mundo exterior, por el contrario, el tiempo corre veloz, se apresa, se conculca, se pasa por encima, se arropa porque la república está encerrada en el paréntesis.

Este país tiene dos tiempos: el del paréntesis donde está encerrada la república y el de los usurpadores. La pestilencia tiene dos tiempos: la de los gatos que escarban y la de los que la exhiben. Hay dos teorías: la de quienes dentro del paréntesis comienzan a sostener que el tiempo no existe y la de quienes nos interrogamos sobre la interacción que permita el renacer de la energía. Concluimos que hay que buscar el grupo más alto de simetrías posibles lo que siempre conduce a energías inimaginablemente altas.

Es posible que el país esté simplemente empujando el lado derecho de este signo ortográfico-político y extendiendo el tiempo del paréntesis. Es menester abrir el paréntesis, interrumpir el discurso encerrado, dejar claro que el discurso va sobre toda la expresión y no sobre el encierro de un tiempo. Aquí no puede haber ni santos ni patriarcas esperando la redención del género venezolano. Tenemos que quitarnos la placa que nos han colgado al cuello. No podemos seguir ignorando los entresijos ni evaporándonos con el humo del Ávila que se quema solo.

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