Totalitarismo mediático

Por Ricardo Viscardi

Un título de Dominique Wolton traza el linde entre sociología y comunicación: Elogio del Gran Público. La comunicación de masas es presentada por Wolton en el período inicial de su obra como efecto de la propia sociedad de masas, en tanto ésta supone (sustenta en tanto la sostienen) un conjunto de valores que configuran la comunicación democrática. Estos valores no son otros que los de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. En cotejo con ese carácter democrático de la comunicación, se encuentra la condición individual de la comunicación: la oportunidad para los intereses funcionales de cada miembro de la comunidad. De tal forma, la comunicación de masas se sostiene (se sustenta y supone) en la sociedad de masas, que vincula entre sí el carácter democrático de los valores con la condición funcional de los intereses individuales[1].

Sin embargo, Wolton ve con posterioridad, a través del surgimiento de inernet, un descaecimiento de ese carácter democrático. En internet prevalece el mercado y con el auge del valor de cambio capotan los valores democráticos, que supuestamente instruían la representación social de la comunicación de masas. La perspectiva de Wolton sigue siendo sociológica, pero en un horizonte que abandona la suposición de una incorporación espontánea de la democracia en los valores que expresa la comunicación masiva. El Gran Público ha sido desarticulado por el mercado interactivo, al que pertenecen los individuos sin otro valor representativo, ni valor de representación, que el propio interés particular[2].

En cuanto la discusión de política electoral gira en torno a las encuestas, robustece la percepción de la entidad de los indecisos en un contexto de paridad porcentual. Este porcentaje es el menos significativo por su incorporación ideológica individual, en tanto puede oscilar llevado por elementos insignificantes desde el punto de vista de la racionalidad política (como el desaliño o la prestancia de un candidato), pero se convierte en el centro de gravedad de la misma racionalidad que debieran convalidar las elecciones. De ese porcentaje desvinculado de la razón de ser de la política depende el desenlace del devenir democrático. Por esa vía la racionalidad política se manifiesta como su contrario: la instrumentalidad destinada a satisfacer una demanda irrelevante desde el punto de vista de los fundamentos del sistema democrático.

Llegada a ese punto ya habitual en las campañas electorales uruguayas, la actividad publicitaria destinada a captar la voluntad de ciudadanos que no saben que lo son, se convierte en su contrario: el aumento del margen de indecisos puede reflejar el rechazo ante la frivolidad marketinera dedicada a cautivar votantes. En los dos casos (una racionalidad política desvirtuada por el ciudadano o una instrumentalidad política desprestigiada) el vínculo entre racionalidad y política fue desbaratado por la Victoria del Gran Público, que suma menos del 5% del cuerpo electoral (margen electoralmente decisivo y no predecible por tendencias relevadas en indecisos).

La Victoria del Gran Público es la victoria del que no sabe que le importa o no le importa porque sabe. Pero esa victoria grande de unos pocos asimismo logra imponerse porque expresa de manera concentrada, en los extremos que se tocan (el sabio que percibe la ignorancia o el ignorante que cree saber), lo que lleva a los demás a presentar razones impresentables. El ejemplo insoslayable de esa fatal Victoria del Gran Público (lo insignificante como razón o la insignificancia de las razones) es el Irresistible Ascenso del QKI. Necesitada de decir que lo que analizan es creíble como objeto consistente, un montón de gente que dice que sabe, intenta explicar tal retorno de un expresidente marcado por el escándalo en razón de la capacidad política operativa de Lacalle. Hay la necesidad de mirar el asunto como si tuviera una razón de ser. Como si no hubieran existido el ocultamiento del caso Berríos, la represión sanguinaria del Filtro y el propio ministro de economía del actual expresidente, redivivo candidato, preso por actividades bajo mandato público.

Este “olvido” de la opinión pública dentro del Partido Nacional y este desentendimiento de los que la analizan con lo que analizan pueden ser parangonados con un retorno de Nixon después de Watergate. El retorno del Nixon uruguayo obedece sin embargo efectivamente a lo que representa para el electorado que lo sostuvo dentro de su partido: mano dura, reducción hasta el mínimo sostenible del gasto social y libertad de empresa sin controles. El propio Lacalle no lo olvida cuando habla para su electorado: aparece allí la motosierra para el gasto social, la mano dura para defender al “pobre hombre que gastó en enrejar y un perro caro pero le roban igual”, el gobierno por decreto si fuera necesario. Luego, quienes lo sostuvieron en su retorno a la candidatura saben lo que quieren y lo que quiere su electorado: representar los intereses propios hasta violentar toda representación de valores públicos para alcanzar el primado de ganancias sectoriales. Totalitarismo vestido de racionalidad de mercado.

Quien busque del otro lado del espectro partidario la responsabilidad de un militante fogueado en mil sevicias sufridas, se encontrará sin embargo con la irresponsabilidad con sus propios partidarios. Zarandeado por los medios que se ceban en quien tal como dice una cosa dice la otra, Mujica acusa a un periodista de “careta”[3]. Sucede que tal periodista es el redactor responsable del semanario que trasunta, tanto por su constitución como por su trayectoria, la más directa expresión de las bases políticas del Frente Amplio. Traicionado por los medios en que sustenta su influencia de líder campesino del dial, el candidato de los pobres la arremete contra los que construyeron la misma fuerza política que lo postula. La Real-Politik se viste de razones electorales, que ya se parecen, quizás por su objetivo, tanto a razones de Estado como un diseño estratégico al destino que procura alcanzar.

La experiencia histórica nos dice que tal destino incluye, en versión de izquierda, la represión interna en aras de la cohesión operativa. En un contexto caracterizado por igualar la discusión sobre el totalitarismo con la justificación de la derecha, la palabra “purga” no se emplea por si acaso[4]. Ante tales desmanes con la propia base que se dice representar, el periodista ofendido opta sin embargo por remitirse a un “proyecto colectivo” que debiera ponerse por encima de una disputa entre candidato y militante[5]. Este perfil colectivista ha sido adoptado por el conjunto frenteamplista, que dando por virtudes defectos y viceversa, sostiene que existen andariveles colectivos para instruir a un verbo desbocado. Esa orientación estratégica hacia las versiones realza sin embargo a los mismos medios de comunicación en tanto objeto del deseo, cuyo desaire desató la invectiva del candidato contra lo más graneado de sus filas. Paradójicamente, tal deseo de medios afines castiga incluso al redactor responsable de Voces del Frente. La necesidad de subordinar al gobierno militante lo que necesariamente comprende la comunicación supra-partidaria, pretende instalar un corsé mediático en tanto protocolo de expresión. Totalitarismo vestido de eficacia propagandística.

La comunicación es anagramática. QKI vale Komunicación, demokracia. Cuando la comunicación es a distancia, el anagrama se vale de tremendismos, porque lo gobierna la disparidad de contextos interpretativos, que no cuentan con la vinculación natural que permita afinar la lectura compartida. Sustentar la cohesión representativa equivale en tales condiciones a forzar la materia en función del molde. Obesos encorsetados o enjutos enastando gasas. Esta violencia que pretende cohesión donde no la puede haber señala el intento de interpretar los procesos de concentración a distancia como procesos de masas. Allí donde Wolton tuvo que revisar su Elogio del Gran Público se ha instalado para siempre una Victoria del Gran Público. Esto quiere decir victoria de la insignificancia para el todo, destotalización de la comunicación social y rearticulación del vínculo comunitario por afinidades electivas. Pero no electorales en el sentido de la representatividad desnaturalizada por el sistema de medios, cuya verdad por encargo se afilia al desideratum propagandístico de los nazis, que no por nada, se afanaron en la manipulación ideológica de la comunicación de masas, es decir, en el totalitarismo mediático[6].

[1] Wolton, D. (1992) Elogio del gran público, Gedisa, Barcelona, p.94.

[2] Wolton, D. (2000) Internet et après?, Flammarion, Paris, pp.104-105.

[3] Cesín, N. “La estrategia de la reducción de daños” Brecha (25/09/09) Montevideo, p.2.

[4] “A lo hecho y a lo dicho pecho” (editorial) Voces (24/09/09) Montevideo, p.3.

[5] García, A. “A propósito de Coloquios” Voces (24/09/09) Montevideo, p.5.

[6] Mondzaín, M-J (2002) L’image peut-elle tuer?, Bayard, Paris, pp. 74-76.