Mauricio Botero Montoya

Una pionera de la educación en Bogotá, como rectora de un plantel, prohibió a los y las alumnas usarlos en el colegio. Varios de los padres le pusieron tutela aduciendo que eso violaba el libre desarrollo de la personalidad. Y ya el asunto está en manos de nuestra paquidérmica justicia.

Ella por lo pronto mantiene su decisión, y ha advertido a esos padres que al terminar el semestre no les renovarán la matrícula para no perjudicarlos…, algunos de los entuteladores se han arrepentido y han ofrecido disculpas.

En Silicon Valley, los ingeniosos inventores y descubridores del mundo digital, han matriculado a sus hijos, y a sus hijas, en colegios en donde solo se permite el uso de la tiza y el tablero hasta que esos jóvenes no entren a la adolescencia, cuando ya hayan aprendido a razonar por su propia cuenta. Cuando ya practican las operaciones elementales por sí mismos. Y, en fin, cuando su cerebro no corra el riesgo de convertirse en apéndice de la inteligencia artificial.

Pero quizá eso no es lo más importante. Lo fundamental es el juego. La interrelación con sus pares. Esa experiencia no es solo educativa sino formativa. La relación con otros de su misma generación les brinda algo que no lo pueden suplir sus padres, ni sus maestros. Esa formación perdura cuando la mayor parte de lo aprendido en clase se ha olvidado y ciertamente lo olvidamos. Pero la destreza del descubrimiento, de la amistad y de la imaginación no se olvida tan fácil.

Cuando un niño está en clase, y no mirando un celular, puede no parar atención a la clase y dejar vagar su mente a otra parte hasta volver a aterrizar en el salón. Ese viaje no lo hace el animal que es todo presente, que está sumido en la inmediatez, es decir está ejerciendo su imaginación. Imaginación no reglada por una máquina, por un celular. Vale decir, está pensando de un modo humano y no como una inteligencia artificial.

Los jóvenes que sean habladores en clase y fuera de ella, que se hacen chanzas, que ríen y en ocasiones pelean están desarrollándose mejor que los alienados de la Tablet. Y en su parábola vital estarán más capacitados para enfrentar los embates de la vida. Los otros bien podrán ser sustituidos en sus empleos por un robot más hábil. Y ya no podrán aprender con tanta facilidad, lo que no pudieron vivir en su infancia y juventud.

Esperamos que la rectora siga su política de impedir la alienación de sus alumnos, a pesar de quienes defienden el libre desarrollo de la animalidad.