por Saúl Arellano

Hace ya varios años Rolando Cordera publicó el libro México: la disputa por la nación, el cual fue editado y publicado por Siglo XXI. En este texto se describen y exploran alternativas para el desarrollo nacional, y sobre todo, se hace una poderosa síntesis de dos visiones encontradas: una, basada en las tesis “neoliberales” del mercado, el individualismo y la economía abierta, frente a un modelo pensado desde una tradición que apela al sentido de lo nacional, y que se sustenta sobre todo en tesis dirigidas a la búsqueda de la justicia social, la equidad y el desarrollo social.

La desigualdad, la discriminación, la violencia y otros fenómenos de honduras aún inexploradas, nos sitúan en la necesidad, una vez más, de una ruta crítica de debate y análisis para la construcción colectiva de un horizonte claro sobre lo que queremos ser como país, y desde mi perspectiva, orientado hacia la construcción de una nación justa, generosa e incluyente de todos.

Los fracasos nacionales que van desde las casi siempre deplorables actuaciones de nuestros representativos en pruebas deportivas internacionales, hasta la ola de asesinatos, ejecuciones, secuestros y otros hechos de suma gravedad, deben llevarnos a una nueva forma de pensarnos, de reconocernos a nosotros mismos y a partir de ello, recuperar el sentido de patria, a fin de lograr construir una nueva plataforma institucional y jurídica que nos dé garantías a todos, de que nuestras oportunidades para el bienestar y que nuestras libertades públicas estarán salvaguardadas en todo momento, y en la medida de las posibilidades, que podrán ampliarse de manera constante.

No es aceptable, desde ningún punto de vista, que en las condiciones en que vivimos tengamos que construir escenarios y estrategias para la sobrevivencia, antes que para la convivencia y la solidaridad. Hay familias que están valorando marcharse del país, y en el extremo opuesto, familias que no pueden plantearse siquiera la opción de la migración irregular, debido a su pobreza, marginación y carencias estructurales.
México, siempre un país moviéndose en los extremos y siempre un país marcado por las desigualdades. Nuestra cultura nacional, si es que puede hablarse hoy en esos términos, dista mucho de la magistral descripción que hiciera de nosotros mismos el poeta Octavio Paz en su Laberinto de la soledad. Hoy el mexicano parece estar más cerca del pelado, descrito igualmente con una profundidad sicológica mayor, por el filósofo Samuel Ramos, que al pachuco o al campesino que nos describe y explica Octavio Paz.
Aún más, me atrevo a sostener que en términos colectivos, el mexicano hoy está más cerca de la orfandad, que de cualquier posibilidad de identificarse a sí mismo. En efecto, reconocerse en el espejo es de algún modo aproximarse a una forma de “cura”, y es frente al espejo en donde menos hemos podido o querido situarnos.

Colocarnos frente a nuestra imagen nos obligaría a reconocer que las elites están fracturadas moral e intelectualmente. Que lo mejor que pueden ofrecernos hoy los dirigentes del país son verborreas interminables, carentes de inteligencia o de visiones complejas de la realidad, de México y del mundo. Que las mejores propuestas de la clase empresarial no pasan por un proyecto incluyente del desarrollo; y que las instituciones han perdido la capacidad para generar equilibrios que nos lleven a una fase nueva de nuestra historia, en equidad e inclusión social.

México está atrapado en el peor de los mundos y es presa de una de las etapas de mediocridad de mayor envergadura que hayamos conocido en los últimos 30 años. Las dirigencias de los partidos políticos no tienen ninguna claridad de hacia dónde hay que llevar al país; y en el caso del PRD ni dirigencia reconocida por todos sus militantes tienen.

En el Legislativo hay pugnas al interior de todos los grupos parlamentarios, que hacen difícil prever el rumbo de las votaciones y decisiones en torno a iniciativas de prioridad nacional. Frente a ello, los partidos políticos han secuestrado a la ciudadanía y nos han dejado en la imposibilidad de que el ciudadano de “a pie” pueda aspirar, sin pertenecer a sus cofradías, a convertirse en un representante popular. Las dirigencias partidistas argumentan que el crimen organizado podría penetrar a la democracia en un escenario así; y sin embargo, hoy que una vez más se ha puesto en entredicho a todas las corporaciones de seguridad, y con ellas a buena parte de las instituciones del Estado, la pregunta obligada es si no lo que se requiere es que sean ciudadanos, por convicción y capacidad, con independencia de los clubes de poder en que se han convertido los partidos, quienes busquen construir nuevos liderazgos, alejados de la corrupción y los compromisos que se exigen cuando se busca una candidatura al interior de cualquiera de los institutos políticos con registro ante el IFE.

México carece aún de una sociedad civil organizada que permita construir alternativas viables a la de los mecanismos tradicionales de disputa por el poder, y con la legislación y el marco institucional vigente, es un hecho que los gobiernos, principalmente el actual, sólo apoyan a las organizaciones que, o bien les son afines, o bien se mantienen alejadas de la crítica a los yerros y mediocridad de la administración.

Visto por personajes o personalidades, no se encuentra en el espectro político a un líder o lideresa que se encuentre a la altura de las exigencias de nuestro país y de nuestro tiempo. No hay en el horizonte, “un Gorvachov”, “un Felipe González”; “una Ángela Merkel”, que puedan conducir a México hacia un proceso ampliado de desarrollo con equidad.

Mientras tanto, se ha renunciado en lo general a la economía política; se ha dejado de lado la virtud legislativa en aras del bien común y el cabildeo de los intereses privados mueve al Congreso de una posición a otra sin mediar la ética o al menos el recato y el pudor frente a un posible escarnio público; se ha claudicado ante la posibilidad de construir a un Estado con la capacidad de regular o al menos atemperar la rapacidad del capitalismo global; y se ha desmantelado lo poco que teníamos como base para un sistema de bienestar, incluidos el IMSS, el DIF y el ISSSTE.

Lo peor en estos escenarios es que hoy no hay ya siquiera una clara disputa por la nación. Si la hubiese, existiría la posibilidad de generar equilibrios y contrapesos. Por el contrario, lo único que se otea en el horizonte son visiones trasnochadas de un nacionalismo inoperante encabezado por una izquierda intransigente liderada por quien se ha autoproclamado “presidente legítimo” de México y que poco ha abonado para la generación de un clima de conciliación y unidad para los mexicanos.

Hoy nos urge la presencia de grupos de ciudadanos que, desde una inteligencia distinta, puedan ayudarnos a dar claridad de hacia dónde debemos movernos. Hoy nos urge una nueva imaginación que nos lleve a construir mecanismos innovadores para la reforma social que se necesita en México y por ello es lamentable que todas las comisiones de festejos del Bicentenario, estén dirigidas casi exclusivamente a la organización de kermeses aldeanas, dando con ello la espalda a la nación y a nuestra historia.
Es un desperdicio, por ejemplo, que la Comisión que impulsó el Gobierno federal para la celebración del Bicentenario, haya permitido la salida del ingeniero Cárdenas, y es una lástima que en su lugar no se haya buscado a otra figura que, por su trayectoria y probidad ética, pudiera contar con el reconocimiento de todas las fuerzas políticas, y otorgarle facultades para conducir un proceso de conciliación, acercamiento de posturas y construcción de consensos para la justicia, la equidad y el desarrollo social y humano de nuestro país. Es un hecho que no habría mejor manera de celebrar los 200 años de nuestra Independencia, y los 100 de nuestra Revolución, que alcanzando metas de elemental justicia para quienes menos tienen.

Repensar México es un ejercicio de dimensiones formidables. Al respecto, vale la pena recordar la afirmación del gran maestro y filósofo Eduardo Nicol: Las generaciones tienen el reto de comportarse a la altura de las exigencias que les impone la historia. La nuestra tiene la posibilidad de aspirar a la grandeza de miras y de nosotros dependerá el juicio que harán las generaciones por venir; juicio que es siempre inevitable y en todos los casos implacable.

sarellano@ceidas.org

Fuente: La crónica de hoy- México